Tras la independencia de México, el país mantuvo en gran medida los acuerdos que España había tenido con los todavía jóvenes Estados Unidos. Entre estos tratos o cesiones se encontraba la cuestión de la inmigración estadounidense en suelo mexicano. Durante la época colonial, un nutrido número de pioneros estadounidenses se habían establecido principalmente en dos territorios: Texas y la Alta California, donde estos inmigrantes consiguieron crear una comunidad bastante fuerte, especialmente en la primera. Que las nuevas autoridades mexicanas lo toleraran sin que repercutiera en sus relaciones con Estados Unidos no significa que lo hicieran de buen grado.
A los inmigrantes estadounidenses que se habían establecido en territorio de Texas se les pedía, por supuesto, acatar las leyes mexicanas. No obstante, los problemas con esta comunidad inmigrante llegaron por la cuestión de la esclavitud, la cual se abolió definitivamente en México en 1829. Esto asestó un duro golpe económico para los estadounidenses texanos, que basaban sus actividades en la mano de obra esclava y que por tanto perderían la mayor parte de su fuerza de trabajo. Aunque en un principio lograron una excepción para su territorio, esta duraría tan poco como la estabilidad política de México.
La independencia de Texas
En la década de 1820 e inicios de la de 1830 México se había convertido en un hervidero de conspiraciones y de inestabilidad política. En estos años se hizo con el poder el general Antonio López de Santa Anna, quien se rebeló contra el gobierno electo en las urnas. En este golpe de Estado logró imponer su voluntad y colocar de presidente a Vicente Guerrero, manteniéndose él como jefe del ejército mexicano. Aprovechando estas intrigas políticas en la capital de la República, los inmigrantes estadounidenses texanos se pusieron en pie de guerra y pidieron que se les concediera la independencia, ya que ellos habían jurado lealtad al gobierno constitucional y no a las nuevas autoridades nacidas del golpe de Estado[1].
La guerra de Independencia de Texas se inició con una sucesión de contundentes victorias de las armas mexicanas que sobrevino al asedio de El Álamo, pero la ambición y el exceso de confianza de Santa Anna le llevó a adentrarse en territorio enemigo en persecución de los combatientes texanos, en retirada. Pero estos, conscientes de la debilidad del rival, se reagruparon y sorprendieron al ejército de Santa Anna en la batalla de San Jacinto, el 21 de abril de 1836. El general, apresado en el enfrentamiento, se vio obligado a firmar el Tratado de Velasco, que reconocía de facto la independencia del territorio.
Sin embargo, el Gobierno de México nunca reconoció este tratado y mantuvo el pulso por recuperar Texas, donde las incursiones militares mexicanas continuaron hasta que en diciembre de 1845 el territorio fue incorporado de manera definitiva a Estados Unidos, que alcanzó con ello un objetivo que perseguía desde 1825, cuando envió sendas ofertas a México para su compra que fueron rechazadas de manera tajante. Aunque Estados Unidos no intervino directamente en el conflicto, sí que apoyó a los texanos y dejó que voluntarios estadounidenses se integraran en sus filas. Las relaciones entre México y Estados Unidos se estaban degradando a un ritmo alarmante, y la anexión no fue sino el paso previo a una guerra que no tardaría en llegar.
Abierto su apetito expansionista, Estados Unidos, imbuido ya por el espíritu de la doctrina del Destino manifiesto, no estaba dispuesto a conformarse solo con Texas. Poco tiempo después, la administración estadounidense se dispuso a adquirir Nuevo México y Alta California. Las autoridades federales mexicanas se negaron una vez más a vender su territorio a los estadounidenses, decisión que colocó al país en un punto de no retorno en la senda de la guerra. Los estados sureños de Estados Unidos fueron los que con más entusiasmo apelaban a un conflicto abierto. y a finales de diciembre de 1845, el presidente estadounidense James K. Polk, que compartía su ardor belicista, movió ficha y envió un pequeño contingente al mando del general de división Zachary Taylor a una zona en disputa, el territorio que se extendía entre el río Nueces y Río Grande. El general Taylor, con órdenes presidenciales, llegó allí en marzo de 1846 y a finales de abril estallaron las primeras escaramuzas con unidades mexicanas. Fue entonces cuando el presidente James K. Polk solicitó al Congreso la declaración de guerra, que este ratificó el día 13 de mayo de 1846. La guerra de México-Estados Unidos había comenzado.
La intervención estadounidense en México (1846-1848)
Hasta este momento, Estados Unidos había conseguido engrosar su territorio sin apenas haber disparado un mosquete desde la Guerra de Independencia, en su gran mayoría adquirido mediante pagos. La guerra contra México cambiaría esto y supondría el nacimiento de un Estados Unidos beligerante y militarista con sus vecinos. No obstante, James K. Polk había planteado un conflicto limitado, no quería una aniquilación mexicana, sino un conflicto que durara lo justo e infligiera el daño suficiente para obligar a México a comprar la paz cediendo los territorios de Nuevo México y Alta California. En total, la guerra duraría aproximadamente quince meses y aunque la resistencia mexicana fue relevante en algunos enfrentamientos, lo cierto es que las victorias norteamericanas se sucedieron casi sin interrupción hasta el final. El ejército mexicano estaba en sus horas más bajas cuando los Estados Unidos atacaron y esto quedó demostrado en los campos de batalla.
La estrategia estadounidense a nivel militar se basó en atacar en diversos frentes. La República de México no estaba preparada para la guerra y sus pobres fuerzas armadas no podrían repeler todos los avances. El caos fue tal que las autoridades mexicanas se vieron obligadas a llamar de nuevo al general Santa Anna, exiliado en Cuba desde la independencia de Texas, para dirigir sus fuerzas. El ejército estadounidense lanzó tres operaciones principales sobre la Alta California (junio de 1846-enero de 1847), Nuevo México (agosto de 1846-febrero de 1847) y continuando la ruta de Texas hacia Ciudad de México (mayo de 1846-febrero de 1847)[2], apoyadas por dos campañas navales que se encargaron de tomar primero los puertos de Alta California y tiempo más tarde el puerto de Veracruz (abril de 1847-septiembre de 1847). Esta última propició el avance sobre Ciudad de México, que culminó con la caída de la capital y la derrota final del país latinoamericano.
Las fuerzas norteamericanas que lucharon sobre el terreno alcanzaron los 30 000 hombres, aunque en total se alistaron 72 000 voluntarios[3]. Ocupando puestos de oficialidad se encontraban personajes como Robert E. Lee, Ulysses S. Grant, William T. Sherman, George G. Meade, y un largo etcétera que serían después destacados comandantes en la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865).
El primer enfrentamiento de la guerra se sucedió el día 8 de mayo, cuando el contingente del general Taylor se enfrentó al general mexicano Mariano Arista en la batalla de Palo Alto. Aunque ninguno de los dos contingentes sufrió en exceso, los mexicanos se retiraron del campo de batalla. La victoria estadounidense se debió básicamente a que su despliegue artillero fue mayor. Al día siguiente, ambos contingentes volvieron a enfrentarse en Resaca de la Palma, donde los estadounidenses volvieron a imponerse a las fuerzas mexicanas. Las bajas en esta ocasión fueron mayores, Taylor lamentó 45 muertos mientras que los mexicanos, cerca de 160. Con este enfrentamiento Taylor expulsó a los mexicanos del territorio en disputa y tomó la ciudad de Matamoros. A partir de aquí esperó refuerzos para continuar las operaciones en suelo oficial mexicano.
En junio, los mexicanos debieron enfrentarse a otro problema. En el territorio de la Alta California comenzó una rebelión contra el poder central. La rebelión californiana fue iniciada por el topógrafo John C. Fremont, que adoptó la bandera con el oso y la estrella roja para el nuevo estado independiente. El ejército mexicano estaba poco preparado para la lucha y aunque lograron retrasar la pérdida del territorio, los estadounidenses lograron una victoria tras otra. El comodoro Sloat se encargó de la toma de San Francisco (8 de julio) y de San Juan Bautista (17 de julio). Su proclama revelaba las intenciones estadounidenses, según dijo él mismo “Izaré la bandera de los Estados Unidos por toda California… En adelante California será parte de los Estados Unidos”[4].
El comodoro Sloat fue sustituido en el mando por Stockton, quien llevó a cabo la ocupación de San Diego (29 de julio), San Pedro (6 de agosto) y Los Ángeles (13 de agosto). El 2 de agosto también se inició la campaña contra el territorio de Nuevo México, dirigida por el coronel de dragones Esteban W. Kearney que con un ejército de 1700 hombres logró tomar Las Vegas, San Miguel y Santa Fe en una misma semana, sin encontrar resistencia por parte del ejército mexicano. Tanto en Alta California como en Nuevo México los comandantes mexicanos no pudieron hacer nada más que huir, aunque soldados y civiles que quedaron atrás organizaron una defensa desesperada por detener el avance estadounidense. En Alta California esta resistencia se llevó a cabo en forma de guerra de guerrillas hasta el 13 de enero de 1847 cuando fueron finalmente sometidos; en Nuevo México esta resistencia aguantó hasta el 3 de febrero. Comparando ambas defensas, Alta California llevó a cabo una oposición más férrea gracias a la guerra irregular.
Tras haber sido el primer militar estadounidense en combatir a los mexicanos, el general de división Zachary Taylor, al frente de 6000 hombres, se enfrentó una vez más al ejército regular de Santa Anna en la población de Monterrey el 19 de septiembre de 1846. La batalla se produjo en un lugar propicio para la defensa mexicana, quienes contaban con 5000 soldados. Tras una dura lucha calle por calle y la toma de las fortificaciones mexicanas, Taylor se abrió paso una vez más con unas bajas mínimas frente a las de su enemigo. Después de la batalla, el comandante mexicano Pedro de Ampudia logró un pequeño armisticio de ocho semanas para que pudieran retirarse sin contratiempos.
A finales de febrero de 1847, el general Taylor no había detenido su avance y volvió a combatir a las huestes mexicanas en Buena Vista. Allí el militar estadounidense se enfrentó al mismísimo general Santa Anna que según las fuentes comandaba un ejército de cerca de 15 000 hombres frente al contingente de apenas 4700 soldados al mando de Taylor[5]. Durante la batalla, que se sucedió entre los días 22 y 23 de febrero, Santa Anna intentó flanquear a los norteamericanos por la derecha, aunque fue rechazado. Luego su caballería dispersó a estos, pero Taylor se las arregló para conseguir refuerzos y detener el esfuerzo mexicano. Al final Santa Anna decidió retirarse hacia el sur y Taylor se hizo con la victoria, aunque a costa de pérdidas notables.
Con esta batalla, el progreso del ejército estadounidense se detuvo en su avance hacia el sur. La resistencia en Alta California, Nuevo México y Texas había finalizado. En marzo de 1847 la armada tomó el puerto de Veracruz, donde desembarcaron nuevos contingentes de tropas que deberían avanzar directamente sobre Ciudad de México, con cuya captura se esperaba el final de la resistencia. Este nuevo ejército llegado por mar estaba dirigido por el general de división Winfield Scott. A mediados de abril Scott se enfrentó al ejército de Santa Anna en Cerro Gordo. Allí, 8500 soldados estadounidenses se enfrentaron a 12 000 soldados mexicanos. A pesar de la superioridad numérica, como en Buena Vista, los mexicanos se vieron incapaces de inmovilizar a sus enemigos para que no salieran de las zonas de desembarco.
Los estadounidenses tuvieron graves problemas con las guerrillas que se organizaron por el territorio y no pararon de hostigarles en su avance; sin embargo, entre el 19 y el 20 de agosto, Scott se volvió a enfrentar a Santa Anna en la batalla de Churubusco. En dos días de enfrentamiento, los asaltos estadounidenses contra la posición del general mexicano hicieron que sus tropas se desmoronaran. El ataque frontal norteamericano dejó acorralados a muchos soldados, incluidos a los desertores del ejército estadounidense, principalmente inmigrantes irlandeses y alemanes católicos, del famoso Batallón San Patricio. La caballería de Scott persiguió a los que huían casi hasta las puertas de Ciudad de México[6]. En Molino del Rey y Chapultepec el ejército de México luchó sus dos últimas batallas de la guerra. La primera de ellas se dio el 8 de septiembre, y fue un enfrentamiento con bajas notables para ambos bandos.
La batalla de Chapultepec fue el último intento desesperado de Santa Anna de acabar con los estadounidenses. Entre el 12 y el 14 de septiembre de 1847, las tropas de Scott asaltaron la fortaleza con la ayuda de un importante despliegue artillero y un asalto a las murallas utilizando escalas. A pesar de que fue realmente otro ataque frontal sin demasiada brillantez, la resistencia mexicana fue decayendo hasta que el día 14 de septiembre Santa Anna y sus tropas abandonaron el lugar. Ese mismo día el general de división Winfield Scott entraba triunfante en la capital de México. Las operaciones militares entre ambos ejércitos habían llegado a su fin.
Consecuencias de la Guerra México-Estados Unidos
Una vez finalizaron las hostilidades, las fuerzas estadounidenses ocuparon el territorio hasta que las nuevas autoridades mexicanas lograron firmar la paz definitivamente. El general Antonio López de Santa Anna abandonó el país de nuevo y se dirigió a Guatemala. La ocupación estadounidense de México se alargó nada menos que hasta 1848 y las condiciones para la paz fueron nefastas para el país latinoamericano. Todo ello se vio reflejado en el Tratado Guadalupe Hidalgo firmado el 25 de marzo de ese mismo año. Además de abrir una gran brecha en la política mexicana que llevó a un nuevo periodo de inestabilidad, el país debía ceder a Estados Unidos de manera definitiva Alta California, Nuevo México y reconocer de una vez por todas a Texas como parte de este.
Así, la República de México perdió aproximadamente un 55% de su territorio, estableciendo las fronteras que todavía hoy día siguen vigentes. En las últimas cláusulas del tratado, Estados Unidos se comprometió a pagar quince millones de dólares por los territorios cedidos, además de una compensación a los ciudadanos mexicanos de cinco millones de pesos. La Guerra México-Estados Unidos de 1846-1848 inauguró el inicio de un nuevo periodo en las relaciones entre los dos países. Por último, es destacable que en aproximadamente una década, ambas naciones se verían envueltas en sendas guerras civiles, la Guerra de Reforma (1858-1861) en México y la Guerra de Secesión (1861-1865) en Estados Unidos.
Bibliografía
- BRAVO, Ugarte José (1951). La guerra a México de Estados Unidos: 1846-1848. Ed. Colegio de México: México D.F., Pp. 185 – 226.
- CARNEY, A. Stephen (2015). The occupation of Mexico. May 1846 – July 1848. U.S Army campaigns of the Mexican War, Ed. Didatic Press: San Diego.
- DÍAZ, Casas Camila María (2018). “Desde el norte hacia el sur: esclavizados fugitivos en la frontera texano-mexicana”, en Alteridades, 28 (56), Pp. 23-34.
- GONZÁLEZ, Quiroga Miguel Ángel (2012). “La guerra entre Estados Unidos y México” en Revista de Historia de la Universidad Autónoma de Nuevo León n.º 9. Pp. 20-29.
- GRANT, R. G. (2012). 1001 batallas que cambiaron el curso de la historia, Ed. Grijalbo: Barcelona.
- MEED, V. Douglas (2002). The Mexican War 1846-1848, Ed. Osprey Publishing: Londres.
- VV.AA. (2003). La guerra México-Estados Unidos. Su impacto en Nuevo León, 1835-1848, Ed. Senado de la República: México.
Ismael López Domínguez (Valdeobispo, 1995). Graduado en Historia por la Universidad de Alcalá de Henares y estudiante del Máster Interuniversitario de Historia Contemporánea, es miembro fundador y
subdirector de Archivos de la Historia.
Notas
[1] VV. AA, 2003, p. 28
[2] Bravo, 1951, p. 190-197.
[3] Carney, 2015, p. 11.
[4] Bravo, 1951, p. 192.
[5] Grant, 2012, p. 585.
[6] Ibíd., p. 586.
Qué interesante. Es alucinante como una gran parte de nuestra historia se basa fundamentalmente en guerras y batallas
mi abuelo me lo decía una y otra vez (ustedes disculparan las malas palabras pero así hablaba mi abuelo): «es una herida que no cierra y más cuando el abuelo de mi abuelo estuvo allí, en la angostura … allí si les dimos hasta por las orejas a esos gringos hijos de #$$%&rra, pero después … #$%tos curas de porquería nos traicionaron y allí se perdió la guerra»
Caramba, qué bueno el artículo: buena exposición, amena y divulgativa; con base científica y datos sin abrumar.
Otro enlace para mi charla en la escuela de adultos de Utebo (Zgz) sobre la historia de EEUU.